Esta página representa un espacio personal, concebido para dejar testimonio de imágenes de la infancia que vienen a la memoria y producen sensaciones inolvidables. Remotos recuerdos de la niñez me trasladan al hermoso paraje donde nací: Galipán.
CAMINANDO CON LA LUNA
Las imágenes en mi memoria evocan una majestuosa montaña, salpicada de humildes casas, huertas, sembradíos de duraznos, matorrales y bosques... Casas, de barro y bahareque, de blanca cal y techos de zinc, semejando un Pesebre Navideño en constante dinamismo. Huertas de flores y hortalizas, "matas de durazno" y silvestres matorrales conformando un colorido manto de retazos, con obligadas ondulaciones al ritmo de las sinuosidades del relieve. Los bosques, a veces vestidos de brillante esplendor verdoso y otras veces lánguidos por la sequía, daban al paisaje una carga de imponencia y desamparo.
Recuerdos de impresionantes narraciones, muchas veces exageradas, de quienes iban de caza a la montaña, y también las historias de niños y adultos que eran "encantados" por algo o alguien y los hacía extraviarse durante días en la profundidad de los bosques, generaban asombrosas fantasías que despertaban un mágico encanto hacia los secretos de la montaña.
En ocasiones, la carga de esplendor, belleza y misterio de aquel escenario, era opacada por la inmensa sensación de grandeza producida por el mar en el horizonte. Sus múltiples tonalidades de azules, violetas, naranjas, amarillas o rojizas convertían aquel panorama en un inenarrable espectáculo natural que otorgó incontables momentos grandeza y regocijo espiritual. El mar fue motivo de profundos estados de contemplación, evasión y fantasía. Ver "aparecer" y "desaparecer" los efectos del sol sobre las lejanas aguas se convirtió en éxtasis cotidiano que llevaba a reflexionar sobre la inexplicable hermosura de los fenómenos de la naturaleza.
Por las noches, sentía especial placer escudriñando el cielo estrellado y observando el "salir" de la luna sobre la cresta de la montaña. Muchas fueron las veces en las que conté estrellas y caminé con la luna en el patio de la casa. Recuerdo cuánto reíamos y disfrutábamos los hermanos, correteando sin parar. Muchas fueron las veces en que la claridad de la luna llena y el brillo de las estrellas en medio de una oscuridad inmensa me hizo reflexionar y querer
comprender la infinitud del universo. En alguno de mis estados de ensimismamiento experimenté la angustiosa revelación de que mi mente era incapaz de comprender el infinito, ni siquiera descubrir los motivos de la existencia humana, el objeto de la vida, la razón del aquí y el ahora.
Sin duda, las experiencias de la infancia en aquel mágico lugar, más cerca del infinito que cualquier otro, marcaron indelebles trazos en lo más profundo de mi sensibilidad. O, tal vez, debería expresarlo de este modo... los particulares rasgos de mi personalidad hallaron en aquel lugar todos los elementos necesarios para dar rienda suelta a la capacidad de soñar, meditar, contemplar, evadir la realidad, disfrutar la magnificencia de la naturaleza y la presencia de un Poder Supremo que no siempre podemos explicar.
|